En las relaciones humanas uno de los momentos más difíciles que afrontan las personas son las rupturas emocionales debido al inmenso dolor que acompaña esta experiencia. El término que usamos es ruptura dado que su significado se refiere a la acción de romper, separar las partes de un todo con violencia, hacer pedazos una cosa. Es decir, estamos hablando de aquellas separaciones que al ser inmediatas, inesperadas, forzadas por alguna de las partes, dejan en el otro una herida y un gran dolor.
Esta es una experiencia que las personas desean no haber vivido, borrar los hechos o devolver el tiempo. La situación trae una profunda carga de dolor, sufrimiento, rabia, llanto o miedo. Salir del infierno en el que se siente haber caído es una urgencia, una situación de vital resolución para la persona que lo atraviesa.
Lo primero que pasa por la cabeza es cómo evitar la ruptura. En algunas personas pueden atravesar, aunque sea por un instante, ideas como: “hay un error y aún no ha muerto” o “de pronto quede un poquito de amor” o “quizás en un rato regrese”. Pero luego se dan cuenta que no es así y continúa el proceso de afrontar un duelo.
El dolor que se experimenta ante una ruptura o una pérdida es real; es sentir un dolor físico que capta el cerebro; realmente es un dolor que va más allá de una ilusión, la persona lo siente en su cuerpo como ardor, presión en el pecho, aplastamiento y ahogo. Los pensamientos giran en torno a la derrota, impotencia, incredulidad, necesidad y soledad.